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  • purchase TCEP Evidentemente como corriente socioeclesial het

    2019-04-29

    Evidentemente, como corriente socioeclesial heterogénea, la tl adquirió particularidades en función de los lugares de reflexión y enunciación teológica. Para el caso que concierne purchase TCEP este artículo, es importante destacar que en países como Argentina, Nicaragua y El Salvador -donde las condiciones de represión militar alcanzaron niveles intolerables—, los teólogos de la liberación estrecharon su cercanía crítica —no su homologación— con los grupos guerrilleros nutridos por un pueblo que empuñó las armas no por vocación o mero enajenamiento, sino como límite urgente ante el exterminio progresivo que lo acosaba.
    Teología de la Liberación y pastoral, ¿proclividad hacia la violencia?
    En su magnífica obra, Para comprender la Teología de la Liberación, Juan José Tamayo-Acosta (1946-) ha destacado cómo, a pesar de que la violencia es una “realidad cotidiana y omnipresente en la vida del pueblo latinoamericano”, ha sido un objeto de reflexión poco abordado por los teólogos de la liberación. Además, asegura, “[c]uando se aborda el tema, se hace sin entrar a fondo en él, siguiendo, en la mayoría de los casos, la doctrina social de la Iglesia al respecto”. El autor destaca la diatriba usada con delectación por los detractores de la tl: Una vez que simplifican la problemática latinoamericana al ámbito de la violencia, dice el autor español, “lo único que parece interesar a los de fuera es si el uso de la violencia está justificado o no”, y la respectiva petición de clarificación a los teólogos de la liberación funge como trampa saducea: “si se muestran contrarios a ella, se les acusará de pacifistas ingenuos y conformistas; si la respuesta es afirmativa, se les acusará de dar la espalda al ideal evangélico”. En este último sentido, el papado conservador de Juan Pablo II (1978-2005), hoy reconocido ampliamente como uno de los principales artífices del afianzamiento del neoliberalismo, instrumentó la execración hacia la tl, casi tres lustros después del nacimiento de ésta. El encargado de tal empresa fue el entonces cardenal Joseph Ratzinger (1927-) quien, como prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, fijó la postura del Vaticano al respecto en dos documentos, la Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la Liberación” (1984) y la Instrucción Libertatis conscientia. Sobre libertad cristiana y liberación (1986). “El Evangelio de Jesucristo es un mensaje de libertad y una fuerza de liberación”, sentenciaba en su enunciado inicial la primera Instrucción. No obstante, la oración sólo preludió la severa condena subsiguiente. Ratzinger apuntó con claridad la principal preocupación de la Iglesia respecto a monophyletic group la tl: el empleo del instrumental teórico del marxismo y su incompatibilidad con la vida cristiana. La condena era irremisible e implicó la crítica rotunda a la toma de las armas para la reversión dialéctica de la relación de dominación, por medio de una contraviolencia revolucionaria. La lucha de clases, decía Ratzinger, “es presentada como una ley objetiva, necesaria” que conduce sólo al “amoralismo político”. “[E]l recurso sistemático y deliberado a la violencia ciega, venga de donde venga, debe ser condenado”, decía el cardenal. Sugería, en cambio, la necesidad de contemplar la problemática a partir de la dimensión personal pues, aseguraba, “[l]a urgencia de reformas radicales de las estructuras que producen la miseria y constituyen ellas mismas formas de violencia no puede hacer perder de vista que la fuente de las injusticias está en el corazón de los hombres”. No obstante, la condena del pontificado de Juan Pablo II a la tl no fue llana ni absoluta. La segunda Instrucción moderó su postura y ahondó el reconocimiento de los conceptos de libertad y liberación en cuanto a su “alcance ecuménico evidente”. En este segundo documento Ratzinger reconoció que “la búsqueda de la libertad y la aspiración a la liberación, que están entre los principales signos de los tiempos del mundo contemporáneo, tienen su raíz primera en la herencia del cristianismo”. Esta mesura sería confirmada apenas unos días después de la publicación de la segunda Instrucción, por medio de una carta, fechada en el Vaticano el 9 de abril de 1986, escrita por Juan Pablo II al episcopado brasileño en la que afirmó sin ambages: “la Teología de la Liberación es no sólo oportuna sino útil y necesaria”. La misiva agregaba que ella debía “constituir una nueva etapa en estrecha conexión con las anteriores” en la tradición bíblica y eclesial. El visto bueno de la Santa Sede, dirigido a los obispos del país con más católicos del mundo, por supuesto tuvo una intencionalidad específica que no incluía lo concerniente a la cercanía de los teólogos de la liberación con los procesos revolucionarios armados latinoamericanos y el marxismo. La carta aseguraba ser una reiteración al mensaje implícito en ambas Instrucciones y una muestra del acompañamiento pontificio al esfuerzo del episcopado brasileño para brindar respuestas ante el desafío impuesto por la realidad latinoamericana.